lunes, 20 de enero de 2014

MI LACTANCIA (I)

No tengo un buen recuerdo del nacimiento de osezno. Obligada a una cesárea programada, siempre tuve la sensación de que me lo arrancaron antes de tiempo. Hubo muchas cosas que no me gustaron, pero ya hablaré de ello en otro momento.

Llegué a quirófano muerta de miedo. Por la intervención, pero también por todo lo que se me venía encima. ¿Iba a ser buena madre? ¿Sabría cuidarle, protegerle, amarle? Sólo tenía una idea clara, iba a optar por LM.

En mi familia nadie ha dado el pecho, pero estaba convencida, yo iba a ser la excepción. Aunque no iba a ser fácil.

Yo me encontraba totalmente superada por la situación, las visitas, el cansancio. Las enfermeras me decían: si te hubieran operado de una apendicitis estarías descansado, pero ahora todos esperan que te ocupes del pequeño. Recuerda que debes recuperarte pero era imposible. Recibía visitas de las 9 a las 22h de manera ininterrumpida y las noches... las noches eran horribles.

No sólo me visitaban sino que todo el mundo pretendía quedarse allí mientras intentaba dar el pecho. Osezno no se cogía, no buscaba, yo tenía el pezón plano y él no tenía intención de sacarlo. Recuerdo meter el dedo en su boca para guiarle en el movimiento que debía hacer, sus hambre, sus lloros.

Cada vez me sentía peor, superada, agobiada, inútil. Por supuesto todo el mundo opinaba. Cogían mi pecho y lo ponían en su pequeña boquita. O cogían su cabeza y la apretaban contra mí. O simplemente comentaban "este niño no quiere comer, se va a morir (sic)".

Pedí ayuda a las enfermeras: inclínate sobre él, ¿qué haces inclinada?, ponte recta, dale tumbada, de lado, sentada. Este niño está perdiendo mucho peso. ¡Despierta!, tienes que darle de comer. 

Yo lloraba, osezno lloraba , papá oso no dormía y me cogía la mano sin saber qué hacer. Estaba agotada física y ánimicamente.

El mejor consejo me lo dio una amiga por teléfono "¿quieres darle pecho? no te rindas, es muy duro pero vale la pena"

Recuerdo la última noche en el hospital, la única enfermera amable se acercó a mí con una jeringuilla llena de leche de fórmula. Mamá osa, si no lo conseguimos tendrás que dársela y renunciar.  Le besé, lo puse en mi pecho, rodaban las lágrimas por mis mejillas,  pensaba "te sacaron demasiado pronto, ni tú ni yo estábamos preparados", y de golpe noté la mejilla de osezno mojada. ¿Qué es esto?, es blanco. ¡Es leche! Osezno se agarraba al pezón con ansia y del otro goteaba lo que en ese momento me pareció oro líquido. ¡Tenía leche! ¡Mi hijo mamaba! ¡Lo había conseguido!
Mientras la buena enfermera, me abrazaba y se llevaba la jeringuilla decidí que no iba a dejarme influenciar por nadie más.

Mi hijo y yo lo habíamos logrado.




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