lunes, 13 de enero de 2014

EMBARAZO Y SEXO



Aprovechando que estas navidades no he tenido tiempo para escribir nada, os dejo un artículo antiguo que publicó Norma Jean Magazine en su semana de la maternidad.


Embarazo y sexo combinan mal, eso es así. El exceso de hormonas nos vuelve primarias y las mujeres (mal que me pese) somos complicadas por definición.

Para hablar de sexo en el embarazo deberíamos partir de la base de que hay dos tipos de mujeres. La A, es decir, la que está en función horno y debería llevar un letrero que anunciara “¡Peligro embarazada! Busco semental” y la B, o la que está en función incubadora y no deja que nadie se le acerque. Es puramente una cuestión hormonal, en mi caso he tenido 2 embarazos, sufriendo en mis propias carnes las 2 versiones.

El embarazo se divide en trimestres, en los que cambia tu cuerpo, tu mente y por supuesto, tu vida sexual.


El primer trimestre es el de las náuseas, vómitos y sobredosis de olores. Parece ser que es un mecanismo de protección del feto para que no se ingieran alimentos que puedan dañarlo. Pero claro, si no soportas el olor a una rica paella valenciana o a unas galletas de chocolate (por poner 2 deliciosos ejemplos) ¿qué creéis que ocurre con el aroma a fluidos seminales?

Este periodo es fantástico para el tipo B, la excusa perfecta para evitar los roces indeseados. “Ay cariño, es que esa colonia me marea” “Cielo, ¿por qué no te duchas antes? (y tú aprovechas para quedarte dormida casualmente) o el peor de todos “Amor, ¿me sujetas el pelo mientras vomito? (si después de esa imagen sigue teniendo ganas, lo siento amigas, estáis jodidas).

Es cierto que no todas las embarazadas se encuentran mal el primer trimestre (como ha sido hasta ahora mi caso), pero la naturaleza nos dota de un sentido del olfato hiperdesarrollado para que podamos seguir usando esa excusa.

El subtipo embarazada A lo tiene más complicado, ya que a ella sí le apetece a pesar de los inconvenientes pero (shhhh, mantened el secreto) existen aromas que no son tan desagradables y tras una buena ducha y un buen enguaje bucal todo vale.


El segundo trimestre es la exaltación de la sexualidad. Las molestias desaparecen y la barriga ya no parece de un atracón de fabada sino que todo el mundo la identifica ya con una embarazada. Es el momento de recibir enhorabuenas de la gente que no se atrevía a decir nada, de que te cedan el asiento en los transportes públicos, te reserven el mejor trozo de tarta, … La princesa del chicle de fresa vamos. Se te ocurren mil posturas, lugares, ideas… (consejo: anótalas, las vas a necesitar más adelante).

La embarazada tipo A se reconoce porque está radiante y pasa el día con las mejillas sonrosadas (si conocéis al marido también lo reconoceréis, suelen adelgazar bastante en esa época). Pero, ¿qué ocurre con la embarazada B?.

También la reconoceréis, es esa que se apunta a clases de preparto, yoga para embarazadas, natación prenatal, macramé o lo que se tercie.  Y su marido no entiende nada, pero nada de nada y se resigna a mirar de reojo el culo de las jovencitas deseables preguntándose si esto va a ser así a partir de ahora.


El tercer trimestre es el del Kamasutra. La barriga ha crecido, ha crecido mucho. Cuesta moverse, hay ardores, reflujo, dolor de espalda y pareces una ballena resoplando.

La embarazada tipo B vuelve a estar encantada, al menos hasta el final del embarazo en el que la ginecóloga le dice “Lo mejor para que salga el niño es el sexo, practícalo mucho. Piensa que después llega la cuarentena y lo vas a echar de menos”. Papá oye estas palabras y, cual perro de Paulov, empieza a salivar. Pero mamá tipo B (sí, a estas alturas sois mamá y papá) empieza a sudar y preguntar “Comer picante también vale, ¿verdad? ¿VERDAD?.

La embarazada A lo intenta, lo intenta mucho. Pero con una barriga XXL dura como una piedra, patadas del bebé porque no está cómodo y, generalmente, algún kilo de más que no hacía ninguna falta, es difícil, muy difícil. Empieza el concurso de posturas, “Manolo, sube la pierna. No, así no. Coge esos cojines, ¿Así?”.

A eso debe sumarse que papá esta acojonado. Lleva 6 meses disfrutando del sexo a tope y ahora tiene tiempo para pensar y empiezan sus dudas “¿No le haré daño al niño?”, “No quiero que lo primero que vea de mí sea el rabo” “¿Y si adelanto el parto sin querer?”


Hasta que llega el día esperado. El bebé nace. La descarga hormonal termina. Y empieza una nueva y más complicada.

Por suerte las ginecólogas inventaron la cuarentena. Aunque eso ya sería otro artículo. 

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