jueves, 30 de enero de 2014

JUEVES DE SEXO (II): SEXO CON LOS 5 SENTIDOS

Si relacionamos un sentido con el sexo seguramente el primero que nos viene a la cabeza es el tacto, piel contra piel, ¿evidente no?.
Quizás alguien haya pensado en la vista, la industria del porno se nutre de ellos.
Los menos habrán pensado en el gusto u olfato, sabores y olores de sudor compartido.
Pero hay un sentido que quiero reivindicar y es el gran olvidado de los secretos de alcoba: el oído.

No, no me refiero a gemidos o palabras "guarrillas". En mi caso lo que realmente me pone a cien son ciertas canciones. Su calidad musical es, como poco, cuestionable, pero tienen la extraordinaria calidad de subir mi libido y poner a bailar mis caderas.

Hoy confieso los 5 temas que me hacen perder el norte:

1. Fever


2. Kiss
(imposible enlazar el vídeo)


3. Hips don't lie



4. Lady Marmalade



5. After dark



Sexo en jueves es un carnaval organizado por Mother Killer para expresarnos sexualmente.  
Para participar, no tenéis más que enlazar el link de vuestra propuesta en el InLinkz que figurará al final de cada entrada semanal de su blog, poniendo el nombre que queréis que aparezca en la misma (por ejemplo, el nombre de vuestro blog). También podéis enviar una mención a @mother_killer con la etiqueta #SexoenJueves o enviar el enlace a info@motherkiller.com  LOS JUEVES ANTES DE LAS 24:00H.


lunes, 27 de enero de 2014

LOBAS CON PIEL DE CORDERO

Siempre he dicho que no volvería por nada del mundo al instituto.
Como os podéis imaginar, yo no estaba en el grupo de los populares precisamente. Siempre me gustó estudiar, pero como no soy muy lista, no entraba en el grupo de los empollones. Tampoco era friki, ni pringada, ni solitaria, ni... vamos, que yo no era nadie.
Teniendo en cuenta que cada 3 años como máximo me tocaba cambiar de escuela y que siempre he sido tremendamente tímida, para cuando tenía una etiqueta ya me tenía que ir.  Básicamente, yo era invisible.

Guardo buenos recuerdos de esa época, no vayáis a pensar, pero no; no volvería por nada del mundo y me alegro de haberla dejado atrás.

O eso creía yo.


El curso pasado Osezno entró en el cole "de los mayores" y descubrí que yo volvía al instituto.

El primer año fue fácil, todos estábamos asustados "¿dónde he metido a mi hijo?", "¿he acertado?", "y los otros padres ¿cómo son?". Todos andábamos con pies de plomo y nos acercábamos unos a otros con sutileza buscando conocer las reglas del juego.

Pero el segundo año... ¡ay el segundo año!. Las normas ya se han establecido, y si no encajas no encajas morena. Los padres más afines han hecho grupos, obviando a los demás y, por supuesto, a sus hijos.
Los padres no me preocupan. Vamos, no creo que nadie lleve a sus hijos al colegio pensando en hacer nuevos amigos. Pero ¿qué pasa con mis cachorros?.
De golpe aparece el miedo. ¿Si yo no encajo, encajarán ellos? ¿y si no le invitan a las fiestas? ¿y si cambian de parque sin avisar? ¿y si por no verme a mí no nos avisan? Y eso, señores, os aseguro que pasa.

En mi cole hay un grupo de padres (de acueeerdo, más madres que padres) que son los que deciden si el viernes se va al parque o al chiquipark (aunque haga un sol espléndido), qué niños van a venir a merendar a casa y cuáles no, incluso qué extraescolares van a tener éxito.
Esos padres son los populares del instituto, los que llegan al colegio como si fuera suyo y marcan las pautas que los demás deben seguir.
Si con 15 años ya era difícil lograr entrar en su grupo ahora es mucho peor. No sólo deseas con más ganas que nunca el ser aceptado (tus cachorros valen ese esfuerzo y mucho más) sino que la tecnología ha traído una dificultad añadida con la que no contabas: los p#*! grupos de Whatsapp. Ahora puede parecer que te aceptan porque te han incluido en el grupo del cole. Incluso en un grupo más reducido de "amiguitos", pero ¡ay! resulta que estos grupos se van subdividiendo y nadie te avisa y empiezan las quedadas "clandestinas" de padres de las que te enteras cuando tus churumbeles están solos en el parque y no sabes donde se han metido los demás; los disfraces de carnaval en los que todo el grupo va de vaquero y tu hijo de abeja maya; el reparto de entradas para la función de teatro que sus cachorros van a imitar durante 3 días y de la que tu hijo no ha oído hablar.

Y entonces él te mira con sus grandes ojos muy abiertos para preguntarte "mamá, ¿por qué no están aquí mis amigos?" y lo único que puedes contestarle es "no lo sé cielo, pero yo estoy contigo".



lunes, 20 de enero de 2014

MI LACTANCIA (I)

No tengo un buen recuerdo del nacimiento de osezno. Obligada a una cesárea programada, siempre tuve la sensación de que me lo arrancaron antes de tiempo. Hubo muchas cosas que no me gustaron, pero ya hablaré de ello en otro momento.

Llegué a quirófano muerta de miedo. Por la intervención, pero también por todo lo que se me venía encima. ¿Iba a ser buena madre? ¿Sabría cuidarle, protegerle, amarle? Sólo tenía una idea clara, iba a optar por LM.

En mi familia nadie ha dado el pecho, pero estaba convencida, yo iba a ser la excepción. Aunque no iba a ser fácil.

Yo me encontraba totalmente superada por la situación, las visitas, el cansancio. Las enfermeras me decían: si te hubieran operado de una apendicitis estarías descansado, pero ahora todos esperan que te ocupes del pequeño. Recuerda que debes recuperarte pero era imposible. Recibía visitas de las 9 a las 22h de manera ininterrumpida y las noches... las noches eran horribles.

No sólo me visitaban sino que todo el mundo pretendía quedarse allí mientras intentaba dar el pecho. Osezno no se cogía, no buscaba, yo tenía el pezón plano y él no tenía intención de sacarlo. Recuerdo meter el dedo en su boca para guiarle en el movimiento que debía hacer, sus hambre, sus lloros.

Cada vez me sentía peor, superada, agobiada, inútil. Por supuesto todo el mundo opinaba. Cogían mi pecho y lo ponían en su pequeña boquita. O cogían su cabeza y la apretaban contra mí. O simplemente comentaban "este niño no quiere comer, se va a morir (sic)".

Pedí ayuda a las enfermeras: inclínate sobre él, ¿qué haces inclinada?, ponte recta, dale tumbada, de lado, sentada. Este niño está perdiendo mucho peso. ¡Despierta!, tienes que darle de comer. 

Yo lloraba, osezno lloraba , papá oso no dormía y me cogía la mano sin saber qué hacer. Estaba agotada física y ánimicamente.

El mejor consejo me lo dio una amiga por teléfono "¿quieres darle pecho? no te rindas, es muy duro pero vale la pena"

Recuerdo la última noche en el hospital, la única enfermera amable se acercó a mí con una jeringuilla llena de leche de fórmula. Mamá osa, si no lo conseguimos tendrás que dársela y renunciar.  Le besé, lo puse en mi pecho, rodaban las lágrimas por mis mejillas,  pensaba "te sacaron demasiado pronto, ni tú ni yo estábamos preparados", y de golpe noté la mejilla de osezno mojada. ¿Qué es esto?, es blanco. ¡Es leche! Osezno se agarraba al pezón con ansia y del otro goteaba lo que en ese momento me pareció oro líquido. ¡Tenía leche! ¡Mi hijo mamaba! ¡Lo había conseguido!
Mientras la buena enfermera, me abrazaba y se llevaba la jeringuilla decidí que no iba a dejarme influenciar por nadie más.

Mi hijo y yo lo habíamos logrado.




jueves, 16 de enero de 2014

JUEVES DE SEXO

Escribo esta entrada sin saber si me voy a atrever a publicarla.
La gran Mother Killer propone y, aunque me apetece mucho participar del carnaval, no sé si voy a dar la talla. De momento doy rienda suelta a mi imaginación...

- ¿Confías en mí?
- Claro.
De un cajón saca unas cintas de tela, suaves, largas y oscuras. Pone una venda en mis ojos, en silencio, con suavidad. Otra ata mis manos al cabecero de la cama y las restantes sujetan mis tobillos manteniéndome abierta y expectante.
Quizás sea mi imaginación, pero creo sentir su mirada recorriendo mi cuerpo desnudo. La falta de visión incrementa el resto de mis sentidos y me hace sentir extrañamente nerviosa y excitada.
Sus manos apenas rozan mi cuello, mi vientre, mis muslos, mis caderas. Mi piel se eriza bajo su tacto y mi cuerpo se arquea. En ese momento agarra con firmeza mis nalgas y siento la calidez de su aliento en mi sexo. Su lengua explora, busca, desea y yo solo puedo rendirme al placer, sin poder darle nada a cambio excepto el sonido de mis gemidos.
Cuando estoy a punto de explotar se aleja y mete sus fuertes dedos en mi boca. Chupo, lamo con avidez, su sabor, su piel. Deseo su polla, pero no me la dará, aún no. 
Sus dedos mojados juegan con mis pezones y ahí estoy yo, totalmente entregada. Mi cuerpo, con los movimientos limitados, busca su sexo impacientemente. La humedad recorre mis piernas, mi cuerpo ansía el suyo.
De golpe me penetra y al gemir siento su lengua en mi boca. Mi propio sabor, el suyo, el nuestro. 
Desata mis manos que se aferran con fuerza a su culo, apretándolo, más fuerte, más intenso, más profundo.
No sé en que momento ha liberado mis piernas, las cierro con fuerza y le obligo a girar, cabalgo su cuerpo y ahora marco yo el ritmo. Nos movemos sincronizados. Quito la venda de mis ojos, quiero ver su cara al correrse, quiero que vea la mía.
De repente todo acaba. Me tumbo a su lado, relajada y saciada.
- ¿Confías en mí? - susurra.
- Siempre que tú quieras - contesto.



miércoles, 15 de enero de 2014

SEXO DESPUÉS DEL PARTO


Una vez me dijeron “no vuelvas a mirarte desnuda en un espejo si no tienes a tu hijo en brazos”. En ese momento, con una tripa que tenía gravedad propia y saturada de hormonas me reí, hoy he descubierto cuanta verdad tenían.

Al nacer mi primer hijo se me ocurrió mirar mi reflejo en el mismo hospital al salir de la ducha, ¡aún lloro al recordarlo!
Donde antes había una barriga firme y lisa que lucía orgullosa piercing y tatuajes, encontré una bolsa flácida y grande, excesivamente grande. ¿No se suponía que el bebé había salido? ¿Por qué seguía eso ahí?
Y mis pechos, antiguo objeto de deseo, dolían, se habían hinchado y goteaban leche.
Cerré los ojos, “esto pasará, el cuerpo se recupera”. Sí, es cierto. Pero nadie te dice cuánto tiempo va a tardar ni lo extraña que te vas a sentir mientras tanto.

Por suerte las ginecólogas y matronas crearon el concepto “cuarentena”. Teóricamente 40 días en los que te abstienes de tener relaciones sexuales que incluyan penetración. En la práctica, un período indefinido de tiempo en el que no tienes porque justificar tu falta de libido y la mala relación que creas con tu cuerpo (entendido como objeto sexual).

Durante nueve meses has sido la reina, sin preocuparte por lo que comías, sin posibilidad de gimnasio y fueras donde fueras todo el mundo te encontraba preciosa. De golpe, dejas de ser la protagonista, aparece la depresión postparto y no te reconoces en el espejo.

Las noches en vela, los discos y sujetadores de lactancia (diseñados por el mismo creador de las bragas de color carne, concebidos para exterminar a la raza humana) y las sábanas manchadas de leche, babas o mocos tampoco ayudan.

Tu marido lo intenta, te prepara cenas románticas en las que tienes que regar el solomillo con agua con gas (ni alcohol ni excitantes, cosas de la lactancia) y si consigues terminar de cenar sin haberte levantado 5 veces porque el niño llora, tiene (frío/calor/hambre/sueño/ …) o simplemente vas tú a comprobar si respira, caes rendida en el sofá sin ganas de nada.

Él insiste “sigues siendo preciosa cariño”, pero los únicos pantalones que puedes usar son los de premamá y cuando estás en silencio parece que oyes al resto de tu ropa despidiéndose desde el armario.

Por supuesto, como no te sientes atractiva la posibilidad de que alguien te vea desnuda y te encuentre deseable parece una utopía que nunca vas a alcanzar. Recuerdas vagamente que existía una cosa llamada depilación, pero no tienes tiempo para buscar en Google en qué consistía exactamente.

Pero pasa, todo pasa. Llega un día en que tu hijo empieza a dormir, los niveles de hormonas se estabilizan y empiezas a disfrutar de la lactancia. Poco a poco recuperas tu vida y te reconcilias con tu cuerpo y entonces, demostrando tu gran coherencia, decides tener otro hijo.



lunes, 13 de enero de 2014

EMBARAZO Y SEXO



Aprovechando que estas navidades no he tenido tiempo para escribir nada, os dejo un artículo antiguo que publicó Norma Jean Magazine en su semana de la maternidad.


Embarazo y sexo combinan mal, eso es así. El exceso de hormonas nos vuelve primarias y las mujeres (mal que me pese) somos complicadas por definición.

Para hablar de sexo en el embarazo deberíamos partir de la base de que hay dos tipos de mujeres. La A, es decir, la que está en función horno y debería llevar un letrero que anunciara “¡Peligro embarazada! Busco semental” y la B, o la que está en función incubadora y no deja que nadie se le acerque. Es puramente una cuestión hormonal, en mi caso he tenido 2 embarazos, sufriendo en mis propias carnes las 2 versiones.

El embarazo se divide en trimestres, en los que cambia tu cuerpo, tu mente y por supuesto, tu vida sexual.


El primer trimestre es el de las náuseas, vómitos y sobredosis de olores. Parece ser que es un mecanismo de protección del feto para que no se ingieran alimentos que puedan dañarlo. Pero claro, si no soportas el olor a una rica paella valenciana o a unas galletas de chocolate (por poner 2 deliciosos ejemplos) ¿qué creéis que ocurre con el aroma a fluidos seminales?

Este periodo es fantástico para el tipo B, la excusa perfecta para evitar los roces indeseados. “Ay cariño, es que esa colonia me marea” “Cielo, ¿por qué no te duchas antes? (y tú aprovechas para quedarte dormida casualmente) o el peor de todos “Amor, ¿me sujetas el pelo mientras vomito? (si después de esa imagen sigue teniendo ganas, lo siento amigas, estáis jodidas).

Es cierto que no todas las embarazadas se encuentran mal el primer trimestre (como ha sido hasta ahora mi caso), pero la naturaleza nos dota de un sentido del olfato hiperdesarrollado para que podamos seguir usando esa excusa.

El subtipo embarazada A lo tiene más complicado, ya que a ella sí le apetece a pesar de los inconvenientes pero (shhhh, mantened el secreto) existen aromas que no son tan desagradables y tras una buena ducha y un buen enguaje bucal todo vale.


El segundo trimestre es la exaltación de la sexualidad. Las molestias desaparecen y la barriga ya no parece de un atracón de fabada sino que todo el mundo la identifica ya con una embarazada. Es el momento de recibir enhorabuenas de la gente que no se atrevía a decir nada, de que te cedan el asiento en los transportes públicos, te reserven el mejor trozo de tarta, … La princesa del chicle de fresa vamos. Se te ocurren mil posturas, lugares, ideas… (consejo: anótalas, las vas a necesitar más adelante).

La embarazada tipo A se reconoce porque está radiante y pasa el día con las mejillas sonrosadas (si conocéis al marido también lo reconoceréis, suelen adelgazar bastante en esa época). Pero, ¿qué ocurre con la embarazada B?.

También la reconoceréis, es esa que se apunta a clases de preparto, yoga para embarazadas, natación prenatal, macramé o lo que se tercie.  Y su marido no entiende nada, pero nada de nada y se resigna a mirar de reojo el culo de las jovencitas deseables preguntándose si esto va a ser así a partir de ahora.


El tercer trimestre es el del Kamasutra. La barriga ha crecido, ha crecido mucho. Cuesta moverse, hay ardores, reflujo, dolor de espalda y pareces una ballena resoplando.

La embarazada tipo B vuelve a estar encantada, al menos hasta el final del embarazo en el que la ginecóloga le dice “Lo mejor para que salga el niño es el sexo, practícalo mucho. Piensa que después llega la cuarentena y lo vas a echar de menos”. Papá oye estas palabras y, cual perro de Paulov, empieza a salivar. Pero mamá tipo B (sí, a estas alturas sois mamá y papá) empieza a sudar y preguntar “Comer picante también vale, ¿verdad? ¿VERDAD?.

La embarazada A lo intenta, lo intenta mucho. Pero con una barriga XXL dura como una piedra, patadas del bebé porque no está cómodo y, generalmente, algún kilo de más que no hacía ninguna falta, es difícil, muy difícil. Empieza el concurso de posturas, “Manolo, sube la pierna. No, así no. Coge esos cojines, ¿Así?”.

A eso debe sumarse que papá esta acojonado. Lleva 6 meses disfrutando del sexo a tope y ahora tiene tiempo para pensar y empiezan sus dudas “¿No le haré daño al niño?”, “No quiero que lo primero que vea de mí sea el rabo” “¿Y si adelanto el parto sin querer?”


Hasta que llega el día esperado. El bebé nace. La descarga hormonal termina. Y empieza una nueva y más complicada.

Por suerte las ginecólogas inventaron la cuarentena. Aunque eso ya sería otro artículo.