La vida nos pone en encrucijadas sin poder ver el camino que se extiende frente a nosotros, nos obliga a adentrarnos en lo desconocido sin mapa ni punto de retorno. A oscuras.
Pero al mismo tiempo nos regala luces.
Luces ténues, tremendamente frágiles, a las que hay que tratar con cariño porque en cualquier momento podrían desvanecerse.
Antorchas, grandes, cálidas, resistentes. No solo dan luz, sinó abrigo. Dispuestas a acompañarte un largo trecho siempre y cuando las protejas de las tormentas.
Pequeñas luciérnagas que agupadas ayudan a orientarse.
Luces tan brillantes que necesitas alejarte porque mirarlas demasiado podría cegarte sin remedio y apartarte del camino que intentas seguir.
Algunas siguen ahí una vez apagadas, como estrellas a las que puedes recurrir en las horas más oscuras, impregnando el aire de recuerdos..
Estrellas fugaces que invitan a soñar, a sentir, a no rendirse.
Rayos, que iluminan el camino con claridad en medio de la tormenta si logras evitar el miedo y te enfrentas al chaparrón.
Luces, la vida te regala miles de luces. Naturales, artificiales, frágiles, peligrosas o cegadoras. Cada una con su propia misión, cada una dispuesta a guiarte si estás dispuesto a abrir los ojos.
Cualquier decisión comporta una pérdida, por suerte allí están ellas.
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